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El Día del Padre es mucho más que una fecha en el calendario. Es una invitación a detenernos, a hacer una pausa entre tantas obligaciones y miradas apuradas, para pensar en uno de los vínculos más significativos que nos atraviesan a lo largo de la vida: el de un padre con sus hijos.

Ser padre no es un rol que venga con manual. Es una construcción diaria, llena de dudas, aciertos, errores y aprendizajes. En la figura del padre conviven la protección, la guía, el trabajo silencioso, los miedos que no siempre se dicen, y también ese amor que muchas veces se expresa más en los gestos que en las palabras.

Hoy es un buen día para reconocer a esos padres presentes. A los que están, todos los días, en lo grande y en lo pequeño. A los que hacen esfuerzos que muchas veces no se ven, pero que sostienen. A los que aprendieron a estar de una manera distinta a la que conocieron en su propia infancia, y aun así siguen adelante. Y también a aquellos que, sin haber tenido hijos biológicos, asumieron el rol con todo el amor y la responsabilidad que implica ser una figura paterna en la vida de alguien.

También es un día para recordar con cariño y gratitud a los padres que ya no están físicamente, pero que dejaron una huella imborrable en quienes los conocieron. Para muchos, el Día del Padre es también un momento de nostalgia, de silencios, de recuerdos. Y eso también merece ser nombrado y abrazado.

En este día, más allá del regalo o el saludo, vale la pena mirar hacia adentro. Agradecer, reconocer, sanar si hace falta. Comprender que no hay modelos únicos de paternidad, pero que sí hay algo común a todos los buenos padres: la intención de estar y de amar, cada uno a su manera.

Feliz Día del Padre, les desea Mariano Moreno.